sábado

El hombre que yo quiero

El hombre que yo quiero tiene los brazos fuertes, no de fuerzas trabajadas de 7 a 8 en el gimnasio más cerca de su casa. Los brazos de mi hombre son fuertes de tanto mecerme las posiciones fetales cuando me asusta el miedo, de dejarme ir al borde y arrancarme de mis límites, de iniciarme los días plantándome sonrisas entre los párpados, de empujarme por los quicios a los que no me atrevo ni asomar la nariz, de levantar carteles de "No prohibido" para mis vuelos, de hacer nudos marineros a los hilos que van de mí hasta el cielo, para bajarme de a poco, para que nos encontremos mirada-mirada, hombre-mujer, en un rectángulo con pocas leyes geométricas, con olor a nosotros y a destiempo, mano sobre mano, piel en piel, desayuno en la cama.

El hombre que yo quiera no va a sentir celos de tanto saberse señalado de índice en pecho todos los días al despertar, elegido con todos los votos de mi urna tramposa que en el escrutinio maldice su nombre. Va a saber con certeza que mis latidos se nutren de oxígeno y así respiran boca a boca con los suyos, va a saber que el fuego de mis palmas obedece al mismo principio químico de la combustión y construirá leño a leño una estructura-parsimonia donde seamos pares separados que eligen cuando les place acercarse tanto en el momento en que las pupilas arden, cuando la sangre reclama y las llamas simulan ahogarse en los gritos tímidos de mi garganta de hembra alma de lumbre, temblando con miradas de candor entrecerrado, de imprudente y entrega. Y se irá después tan cerca o tan lejos como él prefiera pero no se olvidará valientemente de soplar las brasas -del apenas por ahora- casi extinguido incendio, visionario de mis a futuro lamentos de sed de ombligo, de caminar descalza sus contornos, de navegar los cielos con baches y turbulencias. Mi hombre es aire, agua, tierra, fuego.

El hombre que yo quiero no me subirá a pedestales, porque comprenderá que me gusta mirarnos iguales.

EL hombre que yo quiero tiene que traer su retrato de niño para a veces romperle el vidrio y dejarlo jugar.

El hombre que yo quiero tiene que tenerme el "adentro de mi cabeza" lleno de flores y semillas, treparse sin miedo a mi balcón flotante de acceso hiperlimitado, hacerme labor de caricias cerebrales, construirse conmigo. Desarmarse conmigo.

El hombre que yo quiero va a tener talento de palabra. Y a los ""tal vez, a los "a veces", los va a meter una bolsa para jugar a la lotería en blanco y negro, para premiarnos la suerte y reirnos a carcajadas en para siempres y para nuncas, pocos poéticos de nuestra compleja megalomanía estúpida. Va a cerrar los ojos bien fuerte cuando me quiera insultar y para eso va a guardar diapositivas de momentos gloriosos, por ejemplo: yo tapándole con un dedo el sol o estirando el infinito acurrucándome a su lado.

Al hombre que yo quiero no le voy a pedir las orejas del toro, ni la quinta pata del gato, ni la visión completa de las dos caras de la luna, no le voy a pedir hazañas de molinos, ni poesía maldita, no le voy a pedir espejitos de colores, ni que arda Troya, o que me subtitule Babel.
Le voy a pedir y ahí si seré tajante y poco permisiva: que me quiera con amor biodegradable y humano, que no justifique ni margine mis orillas, pero que las acaricie, con esas caricias que se adhieren a la piel, pero por adentro.

2 comentarios:

  1. Eva, es bellisimo el poema, repleto de deseos que se cumpliran, seguramente.

    Te abrazo
    MentesSueltas

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  2. Eres mi Gioconda de bolsillo, princesa. Es hermoso!

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