Fingió que abría el libro en una página específica y comenzó a leer luego de aclarar la voz y mirarlo a los ojos expectantes:
El mundo es redondo y perfecto. No existe
el miedo, pero a veces, uno lo siente para aprender a ser valiente. Que siempre alguien nos salva y
las únicas tormentas que mojan son para darle de beber a la tierra. Y siempre después
brotan las flores. Las espinas son un invento de los dedos aburridos. Y a veces las cosas
se ponen oscuras solamente para ver otros colores. La vida es un milagro y el
amor todo lo puede. Que los monstruos no se disfrazan de personas comunes y corrientes.
El invierno pasa porque uno tiene abrigo y abrazos, fuego y calor. Que no existe la gente mala, algunos simplemente se equivocan un poquito más, pero siempre se dan cuenta e intentan ser mejores.
Que no hay enfermedades, que uno con la mente si se lo propone pensando muy concentrado en lo que desea puede borrar el dolor y la tristeza. Que la tristeza, de hecho, sólo sirve para valorar la alegría.
Y que tu cielo siempre va a ser azul, tus ojos nunca se van a llenar de llanto, que siempre voy a estar aquí para ser tu faro y tu fuerza.
Que si quiero puedo hacer que tu camino no tenga piedras, que si me lo propongo todas tus horas van a ser primavera y que en todas tus noches vas a respirar paz.
Que en cada ser hay un hermano y que en cada hermano una mano que brinda amor. Que somos infinitos. Que no existe la cobardía ni el rencor. Que ser adulto no es para nada difícil y tomar decisiones es bastante divertido.
Que te quiero y me querés y con eso basta. Tenemos un escudo tan potente que no va a haber grietas, ni silencios que puedan con nosotros. Que tus alas soportarán cualquier viento y cualquier vuelo y yo desde abajo te miro confiada. Que las mamás nunca fallan, ni tienen miedo. Que las mamás siempre saben todo y saben arreglar hasta lo que se rompió. Que una sopa calentita hecha en casa espanta cualquier mal. Que nunca nos faltará nada porque tenemos todo lo que se necesita. Que siempre vamos a estar juntos.
Se había dormido entonces cerró el libro, lo observó y le besó los párpados cerrados. Odiaba mentir, por supuesto, pero le acarició las manos pequeñas, los dedos inocentes: era tan pequeño, tan frágil.
Odiaba mentir, pero no, esta vez no importaba demasiado. Apagó la luz y se fue a su cama con toda la verdad de la vida apretada y hecha un nudo en el pecho.